Gilead by Marilynne Robinson

Gilead by Marilynne Robinson

autor:Marilynne Robinson [Robinson, Marilynne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2004-01-01T05:00:00+00:00


Concededme, Señor, en la tierra lo que a Vos mejor parezca,

hasta que la muerte y el Cielo me revelen lo demás.

Isaac Watts.

Y John Ames añade a eso su amén.

Esta mañana me ha despertado temprano, lo cual, en realidad, es una manera de decir que anoche apenas pude conciliar el sueño. No dejaba de darle vueltas a que hoy me vestiría con un poco más de cuidado del que he puesto en ello últimamente. Tengo una buena mata de cabello, no tan uniformemente repartido como antes, pero tupido donde abunda y bastante canoso. Las cejas también las tengo canosas y muy espesas. Me refiero a que los pelos son largos y crecen en espiral en todas direcciones. El iris de mis ojos ha empezado a difuminarse un poco por los bordes. Nunca fueron de ningún color concreto y ahora tienen un tono más claro. La nariz y las orejas son claramente mayores que cuando estaba en la flor de la vida. Sé que soy un anciano perfectamente pasable en lo que respecta a mi apariencia, si es que a alguien le interesa. La edad es extraña, sin embargo. Ayer, estabas junto a mi sillón y jugabas con mis cejas, tirando de los pelos cuanto era posible y contemplando luego cómo volvían a enroscarse. Te parecía divertido y lo es.

La cuestión es que me afeité con cuidado y me puse una camisa blanca y me lustré un poco los zapatos, etcétera. Creo que estos preparativos pueden marcar la diferencia entre un caballero anciano y un viejo excéntrico. Sé que el primero es un consorte más adecuado para tu encantadora madre, pero a veces se me olvida tomarme la molestia de acicalarme, un error que me propongo corregir.

A continuación, subí a la iglesia y, mientras aguardaba en el santuario a que alumbrara el nuevo día, me quedé dormido, sentado muy erguido en el banco, lo cual fue una suerte porque el joven Boughton entró a buscarme al ver que no estaba en el estudio. Me sentí como imagino que debió de sentirse la sombra del pobre Samuel cuando fue rescatado del reino de la muerte. «¿Por qué me has turbado evocándome?». De hecho, había pasado las horas de oscuridad rezando para que me fuera concedida la sabiduría de tratar bien a John Ames Boughton; entonces, cuando él me despertó, me percaté al instante de que mi hosco yo reptiliano ancestral lo habría entregado sin pensar a los filisteos a cambio de disfrutar de unos minutos más de sueño. Detesto profundamente el patetismo de ser sorprendido durmiendo en el momento y el lugar menos pensados. Tu madre siempre cuenta a la gente que me paso toda la noche despierto, leyendo y escribiendo, y si bien a veces es verdad, en otras me paso la noche despierto sin más, deseando no estarlo.

(En tales ocasiones recomiendo la oración, pues a menudo supone que es necesario resolver algo. Allí, a oscuras, había alcanzado una ecuanimidad considerable y creo que es lo que me permitió dormir. El problema fue que me dormí demasiado profundamente.



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